31.1.05

Bocadillos del mundo (IV)


El bocadillo de atún
Ninguna objeción al bocadillo de atún. Bueno, sí, sólo una: no hay manera de comerse un bocata de atún sin acabar pringado de aceite hasta los codos, lo que convierte a este bocadillo en un alimento casi impracticable, no apto para degustar mientras se manipula cualquier tipo de documento: las manchas de aceite en el papel dan un asco terrible. Un consejo de amigo: consuma este bocadillo y a continuación dése una buena ducha.

28.1.05

Bocadillos del mundo (III)


El bocadillo de queso
El bocadillo de queso es, de largo, el más aburrido de todos. Nunca he entendido a quien se zampa un bocata de queso (un producto, no obstante, excelente cuando se degusta a tacos acompañado de una buena copa de vino) sin morirse del hastío. Es tan falto de imaginación, tan seco y empalagoso, que me niego a seguir escribiendo sobre este bocadillo por no atragantarles a ustedes también la lectura.

27.1.05

Bocadillos del mundo (II)


El bocadillo de mortadela

El bocadillo de mortadela, dada la amplia casuística que ofrece este singular embutido, es de difícil clasificación. Tenemos por ejemplo la clásica mortadela tipo Bolonia, de amplia circunferencia, que nos ofrece un bocadillo que como en todos los de su clase, resultará más vulgar cuanto mayor sea el grosor de mortadela entre los dos trozos de pan. Existen además ciertas modalidades de este embutido que hacen bocatas no sólo vulgares, sino también horteras. Este es el caso del bocadillo de mortadela de olivas, un bocata sólo superado por el de mortadela de Mickey Mouse –por suerte creo que ya desaparecida–, un bocadillo que además de vulgar y hortera resultaba de una cursilería insoportable para cualquier paladar bien educado.

26.1.05

Bocadillos del mundo (I)


El bocadillo de chorizo

Dentro del vasto mundo de los bocadillos, el bocadillo de chorizo es, tal vez, el más ordinario de todos. El primer recuerdo que tengo de él se sitúa en el patio del colegio, a la hora del recreo, cuando a alguno de mis compañeros se le caía del bocata una rodaja de este soez embutido. Tirado por el suelo, este alimento se convertía en una trampa mortal: un pisotón en plena carrera tras la pelota provocaba un repentino e inesperado desplazamiento del talón que desembocaba irremediablemente en un violento impacto del trasero contra el pavimento, con la consiguiente sacudida en las vértebras del desafortunado infante. Eso por no hablar del terrible aliento que le quedaba en la boca a quien se lo comía. Criminal.

25.1.05

Los pingüinos

Tengo miedo de salir de casa. Temo que un golpe de aire frío –ese viento que vendrá del Polo Norte– me congele al instante y después me caiga al suelo partiéndome en mil pedazos. O que, una vez fuera, me sorprenda una terrible nevada y, atrapado entre tanto blanco, ya no sepa encontrar el camino de vuelta a casa, muriéndome de hambre y frío en medio del Paseo de Gracia.

Tengo miedo de poner la tele y ver el espacio del tiempo. Ése en el que el meteorólogo predica últimamente con el apocalipsis. Me asustan sus gráficos en caída libre (aunque a él se le vea contento, incluso excitado con la que se avecina). Cuidado, es hoy, esta noche, va a ser horrible. Moriremos todos congelados; todo fallará: no irá la calefacción, se irá la luz, no habrá agua, los teléfonos dejarán de funcionar, se acabará la comida en los supermercados, cerrarán la Casa de las Mantas (al ladito mismo de la Caixa), habrá una revuelta popular, el ejército tomará las calles, suspenderán el próximo partido de Liga.

Arrepentíos, pecadores, que el mundo se acaba. Llega por fin el frío, y sobre nuestras tumbas bailarán los pingüinos.

24.1.05

Anoche me metí en mi mochila a escribir como un loco

Anoche tuve el mismo sueño una y otra vez. Anoche tuve el mismo sueño una y otra vez. Uno en el que los días se repetían. Uno en el que los días se repetían. Anoche tuve el mismo sueño una y otra vez. Uno en el que los días se repetían. Una y otra vez los días se repetían. Y otra vez.

Desperté y mi primer bostezo, más bien un gruñido, también se repitió. Desperté y mi primer bostezo, más bien un gruñido, también se repitió. Saqué mi portátil de la mochila y me puse a escribir. Saqué mi portátil de la mochila y me puse a escribir. Desperté y mi primer bostezo, más bien un gruñido, también se repitió. Saqué mi portátil de la mochila y me puse a escribir. Más bien un gruñido, me puse a escribir. También se repitió.

Quise escribir algo pero sólo me salía una frase. Quise escribir algo pero sólo me salía una frase. Lo metí todo en mi mochila y bajé de aquella montaña. Lo metí todo en mi mochila y bajé de aquella montaña. Quise escribir algo pero sólo me salía una frase. Lo metí todo en mi mochila y bajé de aquella montaña. Sólo me salía una frase y bajé de aquella montaña. Ese eco me estaba volviendo loco. Ese eco me estaba volviendo loco. Quise escribir en mi mochila. Aquella montaña me estaba volviendo loco.

21.1.05

Por Fortuna

A veces el amor es como ese cigarrillo que por mucho que te empeñes en aplastarlo contra el cenicero se resiste a apagarse del todo.

20.1.05

Literalia

Gozaba F, genial embaucador, de una suntuosa cena de gala en su homenaje cuando el anfitrión, un tipo gordo de rostro rubicundo, le pidió públicamente que dedicara unas palabras a los allí presentes. F se quitó la servilleta del cuello, se levantó de la silla –haciéndose de inmediato un respetuoso silencio– y arrancó sin dudar con su potente voz de barítono:

Antorcha. Balancín. Conejera. Decapado. Estropajo. Flequillo. Guisante. Hematocrito. Inspiración. Jarabe. Kilovatio. Libélula. Mayordomo. Neumático...

y así hasta que llegó a zurcido, dicho lo cual se volvió a sentar, se colocó de nuevo la servilleta al cuello y siguió cenando como si nada ante su –ahora atónito– auditorio. El anfitrión, con el rostro a punto de estallar de roja vergüenza, empezó a aplaudir. Poco a poco se le unieron más manos. Al final, toda la sala estalló en vítores y ovaciones hacia aquel hombre tan original que, de nuevo en pie, saludaba y hacía reverencias con una socarrona sonrisa en la boca.

18.1.05

La comunidad

Hablaba la familia una noche mientras cenaba. Sobre los vecinos de enfrente. Empezó la hija: Yo lo de esa casa no lo entiendo. Nunca veo entrar o salir dos veces a las mismas personas. Comentario que la madre juzgó: Son todos muy jóvenes. Debe ser un piso de estudiantes, y el padre remató: ¿Estudiantes? Ahí lo que tiene que haber es mucho vicio, seguro que son todos delincuentes. La niña enseguida corrigió: Que no, papá, que el delincuente es el del tercero, que está forrado y todavía no sabemos a qué se dedica. Además, yo de esa casa he visto salir a una pareja de adultos, y los adultos no viven en pisos de estudiantes. Y un perro, añadió la madre, en esa casa hay un perro. ¿Un perro? saltó entonces el padre, ¡Un perro! ¡Serán degenerados! Lo que yo diga, en esa casa son todos unos viciosos. Y el del tercero un delincuente, apostilló la hija. Cariño, ¿me pasas la sal? pidió entonces la madre. Hay que ver lo duro que está el abuelo, comentó la hija mientras pasaba el salero. Come y calla, ordenó el padre.

17.1.05

¿Me he perdido algo?

Aparte de llegar tarde a todas sus citas, F siempre era el último en enterarse de las cosas. Por eso todos sus amigos lo disculparon cuando llegó tarde al entierro: sabían que todavía no se habría enterado de su muerte.
¿Me he perdido algo?
, preguntó nada más llegar. Y es que aunque tardón y despistado, F tenía un magnífico sentido del humor. Incluso después de muerto.

13.1.05

Genitalia

Hay expresiones que si las pensáramos dos veces, dejaríamos de utilizar para siempre:
"Si estuvieras en mi pellejo..."
Perdona, bonito, pero yo en tu pellejo no me quiero meter. Bastante apretados te van ya los calzoncillos...

12.1.05

Rasco, luego escribo

A menudo me preguntan de dónde saco todo lo que escribo. Lo dicen como si esto de escribir consistiera en ir sacándose de la manga letras que juntas hacen palabras que separadas por puntos y aliñadas con comas acaban formando frases (sustantivo que prefiero al de oración, que me huele a incienso y sotanas). No. La mayor parte de las veces lo que hago es rascar. Me rasco la cabeza, me rasco la barbilla…
muevo la pierna, muevo el pie, muevo la tibia y el peroné
…pero sobre todo, me siento delante del ordenador y con el cursor titilando en la pantalla como una estrella en el firmamento, rasco y rasco sobre esa página en blanco hasta que al final encuentro algo. Como en esos boletos que a veces te dan en el supermercado y tienes que raspar con una moneda para saber si te ha tocado un champú gratis. Si hay suerte –si tengo suerte–, ese día escribo algo. Si no, prefiero quedarme callado.

PD: Hoy no hubo suerte. Pero no se lo digas a nadie. Que sea nuestro secreto. Sssshh… ya me callo.

11.1.05

Agujeros negros

Hay en la Vía Láctea (que viene a ser el cuenco de leche donde nuestro pequeño planeta flota a la deriva cual copo de avena) un enorme agujero negro que todo lo chupa. El espacio, el tiempo, incluso su propia luz (de ahí su nombre). Tal es su fuerza que otros 10.000 agujeros negros, éstos más pequeños, han acabado girando en órbita a su alrededor. Es la fuerza de atracción de los que se sienten iguales.

Mientras, mucho más cerca (puede que a tu lado), hay gente que también chupa todo lo que encuentra a su paso. Tu espacio, tu tiempo, tus energías. Son aquellos que acaban con tu paciencia (pues también te la absorben), los que te dejan agotado después de estar con ellos. Y más cerca aún –sí, ya podéis dejar el telescopio– está ese agujero negro que reside en nosotros. Es uno que lo quiere todo para sí, que no se cansa nunca de pedir. El egoísmo, un oscuro sentimiento que se traga incluso nuestra propia luz.

10.1.05

Filósofos de barra (libre)

"En esta vida, si no eres un cabrón, no triunfas una mierda"

7.1.05

Sueño

Anda por ahí un hombre con un retrato mío a cuestas, preguntando a todo el mundo si habían visto mi cara alguna vez. Me lo ha explicado un amigo que se cruzó con él esta mañana. Dice mi amigo que me reconoció enseguida a pesar de salir con los ojos cerrados, a pesar de no ser –dice él– un retrato muy afortunado. Me ha explicado también que como el tipo tenía una pinta un poco rara –muy pálido y delgado, con cara de no haber dormido en años–, no ha querido decirle nada. Pero sí le ha preguntado por qué me buscaba. Se ve que el hombre ha dicho
"Porque ha robado mi sueño"
y sin más ha seguido preguntando calle abajo. He agradecido a mi amigo su discreción, aunque después de su llamada me han asaltado unas ganas terribles de salir a la calle a encontrar a ese hombre que va con un retrato mío bajo el brazo. Ése en el que salgo con los ojos cerrados. Tal vez si doy con él y le devuelvo el suyo (uno que tengo de un tipo flacucho, con ojeras) podamos los dos volver a dormir.

5.1.05

Un vaso de agua

Hace unos años –unos cuantos ya– alguien me preguntó qué me gustaría ser si pudiera elegir. No se trataba de elegir una personalidad o una profesión, sino de algo mucho más sencillo. Se trataba de escoger un objeto. No me costó mucho dar con la respuesta: un vaso de agua. Cuando me preguntaron el porqué dije que un vaso de agua es lo más sencillo de obtener (si lo pides en un bar te lo sirven gratis, aunque sea del grifo), algo a lo que no damos importancia porque siempre está ahí, pero sin lo que no podríamos vivir.

Ahora mismo, son cientos de miles las personas que necesitan un vaso de agua para sobrevivir. Son los mismos a los que un golpe furioso de agua (ésta salada) les arrebató todo lo que tenían. Así que levanto la vista y veo esa botella de agua que siempre me acompaña, que me vigila mientras trabajo, y pienso en cómo las cosas más sencillas son a veces las más importantes. Aunque no siempre reparemos en ellas.

2.1.05

Polaroid

Si de todos los lugares del mundo me hicieran decidir por uno, si de todos los días de la semana tuviera que quedarme con alguno, si de todas las horas del reloj me dieran a escoger un segundo,
me quedaría para siempre ahí, en ese día y lugar donde nuestros labios se encuentraron por primera vez,
apenas un instante,
el primer contacto,
una instantánea.