En Barcelona hoy será un día como otro cualquiera. No habrá perdón para el lento de reflejos (bocinazo para quien no arranque 0,001 segundos después de que el semáforo se ponga en verde), los taxistas seguirán parándose donde quieran (es decir, donde más molesten) y los motoristas (yo incluido) seguiremos haciendo equilibrismos sobre la raya discontinua.
Ya hace dos años que el ayuntamiento decidió suspender la celebración del Día Mundial sin Coches (hoy 22 de septiembre). Cortar el centro de la ciudad y las principales vías para disfrute de peatones y ciclistas (otros anarquistas para los que no existen las señales de tráfico) sólo conseguía armar un tremendo follón de coches, mucho peor que en cualquier día normal.
Por lo menos hoy leo que ya vuelven a estar en marcha los radares. No hacía ni un mes que estaban operativos que alguien los había destrozado a martillazos. No me extraña; a quién se le ocurre. Ni que nuestras calles fueran como una de esas atracciones de Port Aventura donde te fotografían a traición con la boca abierta, con cara de velocidad. Yo nunca salgo bien en esas fotos, y sospecho que al tipo al que pillaron intentando prenderle fuego a un radar en la Meridiana tampoco le gustaban.
22.9.05
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