Casi nunca bajo al sótano. Hace frío y apesta a humedad. Y porqué no reconocerlo, también me da un poco de miedo. Por eso prefiero que lo haga mi marido. Él se ríe entonces de mis chiquilladas. Así es como las llama. Aunque ya me gustaría verlo a él ahora, bajando por las escaleras con esta mierda de linterna, pero lleva toda la semana fuera. Está de viaje.
Tengo los pezones como dos piedras, siento cómo me rozan contra el camisón. Debería volver a la cama. Igual lo he soñado, o a lo mejor ha sido el viento. O un animal. No pasa nada, sólo ha sido un golpe. Pero no hay luz, deben haber saltado los plomos. Jodidas tormentas, cómo odio que llueva. Hacen que aquí abajo huela aún peor. Y el panel está al fondo, junto a las herramientas del jardín. Coño, ¿qué ha sido eso? Cristales. Cristales rotos. Tranquila, seguro que es un animal. Ahora sí que tengo miedo.
–¿Hay alguien ahí?
8.8.05
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