hasta que no comprendí que yo debía fingir todo lo que los demás sentían mi vida fue un auténtico desastre. Si pongamos por caso alguien me explicaba una desgracia, yo era incapaz de sentir esa pena que se suponía que debía sentir, de manera que me excusaba con cualquier tontería y evitaba soportar oír la vida de aquel pobre desgraciado. Lo mismo pasaba en el caso contrario, cuando alguien me venía con buenas noticias para él y en teoría yo tenía que alegrarme por su suerte, así, como de rebote.
Con esta actitud, y a esto venía a referirme yo con lo de que mi vida era un auténtico desastre, estaba más colgado que un jamón. Estaba solo. Nadie quiere estar cerca de un tipo cuyos sentimientos son como la piel de una serpiente. Desagradable, frío y resbaladizo, así era yo. O al menos, eso me decían mis hermanas cuando era pequeño. Imaginad, un niño que no reía y no lloraba mas que cuando tenía hambre o estaba harto de que le hicieran monerías intentando ganarse un afecto que él era incapaz de sentir.
30.1.07
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