El pobre F tenía una memoria terrible. Tan mala era que un buen día despertó y se dio cuenta que no recordaba nada. Ni rastro de su pasado. Pero era F un hombre de recursos, así que aquella misma tarde visitó a su amigo G y le compró un buen montón de recuerdos. G era el típico que amenizaba las veladas con graciosas anécdotas e interminables historias que a todos (no sólo a la tímida y silenciosa H) dejaban sin habla.
Durante un tiempo, los nuevos recuerdos de F funcionaron a la perfección. Podía charlar durante horas sobre su infancia, aquellos veranos en la casa de campo, esa vez en que a su hermano y a él les persiguió un enjambre de abejas furiosas dejándoles el cuerpo lleno de dolorosas picaduras. Sin embargo, a medida que evocaba una y otra vez aquellos recuerdos de segunda mano empezó a detectar ciertas contradicciones, detalles que no encajaban. Pero ya se ha dicho que era F un hombre de recursos, de manera que empezó a pulir aquellas imperfecciones repitiéndose esas historias inventadas una y otra vez, dotándolas de más y más detalles falsos para hacerlas encajar mejor, hasta que al final se convirtieron en las mejores mentiras posibles, ésas que a fuerza de repetírnoslas acaban pareciéndonos verdad. Nuestra versión de la verdad.
1.2.05
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario