8.2.05

ADN (y II)

–...pues bien, un día se me olvidó tirar de la cadena. Cuando más tarde volví al baño –esta vez para echar una meada– vi que mis espermatozoides seguían ahí, bañándose tranquilos en su piscina particular. Entonces se me ocurrió una idea: no tiraría más de la cadena, y siempre que me masturbara lo haría allí. Sería algo así como esa idea que hemos tenido todos alguna vez de llenar una botella con semen.
–¿Sí? Yo no la he tenido nunca.
–¿No? Yo sí. Un vaso, una botella, lo que fuera. Sólo por hacerlo, por ver cuánto tiempo tardaba en llenarlo, por guardarlo, yo qué sé. Mientras, para todo lo demás, utilizaría el otro cuarto de baño.
–Tío, estás enfermo...
–Pero mi experimento duró bien poco. Una semana después, el olor que salía de la taza hacía que la polla se me derrumbara nada más sentarme en ella. No pude seguir con aquello. Al final tiré de la cadena y vacié un pote entero de ambientador en el baño. Olía como a fruta podrida, un olor insoportable que te atacaba directamente a la base del paladar. Tardó varios días en desaparecer, fue muy desagradable...
–Tú sí que eres desagradable. Se te ocurre cada cosa... Anda, vamos, que se hace tarde. ¿Tienes suelto? Tengo que comprar tabaco.
–Aquí en la esquina hay un bar. Creo que tienen una máquina.
–Vale. ¿Puedo ir antes al lavabo?
–Sí, hombre, claro. Pero ves al de la izquierda, si no te importa.

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