Esta mañana, sin saber el tiempo que haría, he salido a la calle con mi bufanda. Lo he hecho sólo por darle la bienvenida a ese invierno que hoy empieza, aunque últimamente tengo la sensación de que este año el invierno se ha perdido por el camino. Ya no huele a pingüino (ya no hace frío). Al menos aquí en Barcelona. Un invierno así es como la leche desnatada, como un café sin azucar. No es lo mismo.
Lo gracioso es que nos estamos acostumbrando a vivir bajo esta manta de contaminación que nos mantiene calentitos, y cuando –como curiosamente pasa hoy, será por celebrar la efeméride– las temperaturas bajan un par de grados, nos quejamos. Lo dice uno que tiene frío en pleno agosto (maldito aire acondicionado), pero es que esto tendría que ser lo normal.
Mi abrigo sigue muerto de risa en el armario. A un paso de la Navidad, eso sí que no es normal.
21.12.04
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