Los años caen igual de rápido que las hojas del calendario. Se acumulan en el suelo de tu habitación, y casi sin darte cuenta, cuando quieres recuperar un recuerdo te sorprendes de lo mucho que tienes que buscar, de lo atrás que queda ya.
No puede ser, sueles decirte, si parece que fue ayer.
Pero tú te ves igual; en el fondo no has cambiado. Sigues siendo el mismo que se escapaba con su bicicleta para ver la puesta de sol, el mismo que volvía a casa llorando buscando consuelo en la falda de mamá.
Aunque sólo haya pasado un día, a partir de hoy, cuando me pregunten la edad, tendré que sumarme un año más. Por suerte, las personas no somos como los yogures. Nosotros no tenemos fecha de caducidad.
14.7.05
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