Como cada mañana, me echo un rápido vistazo en el espejo justo antes de salir de casa. Algo va mal. ¿Dónde está? Vuelvo a mi habitación, rebusco entre las sábanas, pero nada. Tanteo debajo de la mesa, por si se ha caído mientras soñaba. Tampoco la encuentro sobre la silla, no fuera que por fin le hubiera dado por sentarse. Y se hace tarde, tengo que ir al trabajo. En un último intento, pregunto al conserje si la ha visto salir de casa. Me dice que no, que aparte de la del chalado del tercero (que siempre sale media hora después que él, con cara de sueño) no ha visto nada. Primero me resigno, pero enseguida enloquezco. Serás capullo, me digo, la has perdido. Y no lo siento tanto por ella, mi cabeza, como por todas las buenas ideas que tenía para hoy.
24.11.04
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